domingo, 21 de septiembre de 2014

Natascha Kampusch‎




Marzo, 1998

El 2 de marzo de 1998, Natascha dejó su residencia en el distrito de Donaustadt en Viena para asistir a la escuela, pero nunca volvió a su casa. En un primer momento se manejó la hipótesis de que la desaparición estaría relacionada con el nucleo familiar y esto fue por reiteradas discusiones entre la niña y su madre, Brigitte Sirny. Sin embargo, en seguida un testigo declaró haber visto a Natascha subir a una camioneta blanca y otros dos testigos dijeron que habían visto las letras G o GF (de Gänserndorf, un distrito de la Baja Austria) en la placa del automóvil. Se investigó exhaustivamente pero sin éxito alguno.
Se examinaron al menos 700 automóviles, incluido el del verdadero secuestrador
Přiklopil, quien vivía en Strasshof an der Nordbahn en la Baja Austria, cerca de Gänserndorf, solamente 30 minutos de Viena en coche, como parte de la investigación en la que se entrevistaron a todos los que poseían furgonetas blancas como la que habian visto los testigos. Aunque el verdadero secuestrador indicó que en la mañana del 2 de marzo de 1998 estaba solo en casa, no se emprendió ninguna investigación adicional. La policía quedó satisfecha con su explicación del motivo por el que el propietario poseía la furgoneta blanca: transportar escombros, ya que Přiklopil hacía trabajos de construcción en su casa. Además, carecía de antecedentes penales.
El captor de Natasha
En 2001 se acusó a la familia de la niña de complicidad en el caso. La policía federal austriaca, sin embargo, no encontró ninguna prueba para tal afirmación a pesar de las investigaciones que se llevaron a cabo.

Natascha estuvo secuestrada durante muchos años y mientras su confinamiento vivió en una especie de celda a 2,5 metros de profundidad y sólo 5 m² (2,78 m de largo por 1,81 m de ancho y 2,37 m de alto) en el sótano de la casa de su captor. Era cerrado, sin ventanas ni luz del día y poseía una puerta de acero.
A Kampusch no se le permitió salir durante sus primeros años de cautiverio. Estuvo seis meses encerrada en la celda... solamente luego de ese tiempo pudo subir, por primera vez a la casa para lavarse. Pasados dos años del secuestro tuvo acceso a una radio para escuchar noticias, es decir un primer contacto con el mundo exterior. Y más tarde, desde junio de 2005 tuvo permitido salir al jardín de la casa regularmente.
Solamente después de febrero de 2006 se le permitió salir de la casa en una ocasión.
Durante su cautiverio, Přiklopil le suministró libros y la educó. Kampusch dice estar orgullosa de haber escapado de las tentaciones del mundo exterior, como las drogas, las malas compañías y el alcohol. Y al mismo tiempo la gente que la conoció luego del largo secuestro aseguró que era increible lo correcta que era y lo instruida que estaba, dado que se expresaba con mucha educación.
Přiklopil amenazaba a Natascha con matar a quien ella le pidiera ayuda y también amenazaba con suicidarse si ella escapaba. Natascha en una ocasión dijo haber imaginado y hasta soñado que si hubiese tenido un hacha le habría cortado la cabeza a su captor, aunque desechó rápidamente dicha idea.
Přiklopil solía festejar con la niña (y luego mujer) los cumpleaños, pascuas y navidad, entre otros. También le hacía regalos.
El 23 de agosto de 2006, Natascha estaba en el jardín de la casa limpiando el automóvil de su secuestrador, y aprovechó un momento de distracción de Přiklopil para escapar. Eran las 12:53 pm. Pidió ayuda a una mujer de 71 años, conocida como "Inge", quien no entendía qué había pasado. Natascha temía ser descubierta. "Tenía el temor de que esa persona (Přiklopil) asesinara a esa mujer, o a mí, o a ambas", recuerda. La mujer avisó a las autoridades y Natascha fue llevada a una estación de policía en la ciudad de Deutsch Wagram. Cuando estuvo ante la policía, se presentó diciendo: "Soy Natascha Kampusch, nacida el 17 de febrero de 1988". La joven fue identificada, en primera instancia, por una cicatriz en el cuerpo y luego por su pasaporte y una prueba posterior de ADN.
Fue encontrada en un estado físico relativamente bueno, si bien estaba pálida (a falta de luz solar) y pesaba sólo 42 kg, el mismo peso que tenía al desaparecer ocho años antes. Su estatura había crecido tan sólo unos 15 cm.
Sabine Freudenberger, la primera oficial de policía que habló con ella, dijo estar impresionada por "su inteligencia, su vocabulario".
Wolfgang Přiklopil fue buscado intensamente y antes que lo encontraran se suicidó saltando a las vías de un tren de las afueras de Viena.
Hubo especulaciones de que Kampusch sufría del Síndrome de Estocolmo (esto es cuando un secuestrado se "enamora" de su captor y/o siente profunda admiración). Ella lo negó y calificó a su captor como un "criminal". Hubo varias declaraciones y controversias acerca de esto, pero quien lea el libro que escribió la joven posteriormente a su liberación, podrá entender los sentimientos encontrados.
Poco después de la liberación de la joven, su padre abrió una cuenta en un banco austriaco con el fin de recaudar fondos para Natascha, ya que ésta requeriría durante años un tratamiento psicológico para superar los traumas sufridos durante su cautiverio.
Luego de unos años, se abrió la causa nuevamente ya que muchas cosas se pusieron en tela de juicio. Se puede encontrar toda la información detallada en el siguiente artículo:

http://misionescuatro.com/ampliar.php?id=33756
Abril, 2006


El 10 de abril del año 2006 en España, Sevilla, en la localidad de Dos Hermanas, Josué Monge García era un niño de tan solo 13 años que había decidido pasar la noche con un amigo del vecindario vecino. La casa de Josué y de su amigo estaban separadas por muy poca distancia y una vía de tren. El niño tomó su bicicleta y dejó su domicilio para aventurarse en una noche de diversión; pero lo que nadie sabía era que el pequeño Josuá no pasaría la noche en casa de su amigo y tampoco regresaría a la suya. Aquella tarde en la que tomó su bicicleta y su familia lo vio salir por la puerta, fue la ultima vez que se lo vio a Josué. Allí quedó el recuerdo de su última imagen.
En una primera instancia se manejó la hipótesis de que Josué había abandonado el hogar por motus propio dado que sus notas escolares no eran buenas y debería dar 8 asignaturas que estaban desaprobadas y quedaban pendientes. Pero esta hipótesis perdió fuerza y misterio se agudizó aún más cuando unos 13 días después de la desaparición, el padre de Josué, quien estaba completamente desesperado porque la investigación no arrojaba datos acerca del paradero de su hijo, tomó su camioneta blanca que pertenecía a la empresa a la que trabajaba y salió en busca de su pequeño. Y entonces Antonio Monge, padre de Josué, tampoco regresó a su casa y se lo notificó como



desaparecido. En un lapso de 13 días padre e hijo habían desaparecido en extrañas circunstancias.
Con el paso de los días, comenzó a saberse más acerca de cómo era el núcleo familiar de los Monge García. Se supo que la familia no estaba pasando por el mejor momento dado que el matrimonio estaba en pleno tramite de separación y divorcio. Por esa razón una nueva hipótesis se formó alegando que Antonio Monge habría matado a su propio hijo Josué y luego se habría quitado la vida. Frente a esta afirmación que tomaba más y más fuerza con el paso de los días, Maria Isabel García Chamizo, madre Josué y esposa de Antonio, declaró ante los medios:  “Conforme pasa el tiempo, la hipótesis que más fuerza tiene para la Policía es que mi marido mató a mi hijo y luego se quitó la vida. Yo estoy casi convencida, al 95%, de que mi hijo no está con vida, pero me quedan las esperanzas propias de una madre”. 
Nada se sabe aún en la actualidad acerca de Josué Monge y mucho menos de su padre.
Aún hoy siguen los interrogantes. Muchas son las preguntas y pocas las respuestas.
¿En dónde está Josué?

domingo, 23 de marzo de 2014

Maria Cash

Julio, 2011
      El lunes 4 de julio de 2011 María Cash que en ese entonces tenía 29 años y se dedicaba a diseñar ropa, fue hasta la terminal de ómnibus de Buenos Aires, acompañada por su padre. Aproximadamente a las 20.00 abordó sola al micro de la empresa Mercobus con destino a San Salvador de Jujuy. Debía llegar a las 18 del día siguiente a San Salvador de Jujuy, la capital de una provincia del norte de Argentina. Se alojaría en la casa de su amigo, Juan Pablo Dumon. El plan era vender las prendas que ella misma diseñaba, cortaba y confeccionaba. Llevaba consigo solamente una mochila y una valija  grande roja, bastante llamativa.
Maria Cash nunca llegó al destino premeditado porque se había bajado antes, en Rosario de la Frontera, un pueblo en la provincia de Salta a 208 kilómetros del San Salvador de Jujuy. Su amigo atestigua que llegó a contarle por teléfono que se había bajado del micro porque se había sentido incómoda.
Ella había salido de su casa el lunes 4 de Julio. durante todo el martes su familia no pudo establecer ningún tipo de contacto y ya el miércoles 6, el nucleo familiar estaba alerta. No fue hasta las 17 de ese miercoles que María se comunicó telefonicamente con su familia. En ese llamado el alerta familiar se intensificó ya que la comunicación duró pocos minutos y, segun cuentan, María dijo que no estaba bien, que se había quedado sin dinero y que la comunicación se iba a terminar en cualquier momento. Finalmente la llamada se vió interrumpida y según las investigaciones esa llamada se realizó desde un pueblo llamado Pampa Blanca sobre la ruta 34. Fue en aquel entonces que la familia decidió alertar a las autoridades y radicaron su denuncia ante la Brigada de Investigaciones de Jujuy.
María era alta, bonita, de rasgos delicados y sonrisa perfecta. Además era muy simpática y agradable en
situaciones cotidianas. Era la única hija mujer de una familia de clase media de la capital de Buenos Aires. Estaba acostumbrada a viajar y además había vivido en momentos anteriores de su vida en otros lugares de la Argentina. La noche de ese mismo miércoles, en el que ella se comunicó "incompletamente" con su familia, a las 23:30 las imágenes de las cámaras de un peaje de la ruta, a 6 kilómetros de Salta, la ubicaron en esa provincia. María caminaba de forma extraña con su mochila al hombro. Se supo que esa madrugada se presentó en un Hospital llamado San Bernardo, en Salta. Pidió que la atendieran, pero se fue antes de que le tocara el turno.
Jueves y viernes deambuló por esa provincia. El martes, un día antes de hablar con su familia, se había comunicado con su amigo Juan Pablo desde Rosario de la frontera (pueblo en el que se bajó del micro que la llevaba desde Buenos Aires), y luego viajó a Santiago del Estero. Le contó lo del micro y le dijo que se había quedado sin plata. Él le compró un pasaje vía internet, lo cual fue comprobado por la justicia. Con ese boleto viajó desde Santiago hacia Jujuy. Allí llegó a las 8:30 de la mañana del miércoles 6. Se acercó a un taller mecánico para intentar cargar la batería de su celular que hacía horas estaba sin carga. No tenía crédito suficiente para realizar llamadas y el dueño del lugar, Carlos Aguilar, le prestó el suyo. Habló con la hermana de su amigo Juan Pablo, quien le ofreció que se tomara un remise hasta la casa de la familia, en las afueras de San Salvador. Ellos lo pagarían cuando llegara. Pero no lo hizo. Alrededor del mediodía, cambió otra vez de rumbo. La vieron en la entrada del pueblo Pampa Blanca. Hacía dedo en busca de alguien que la llevara en dirección sur. Ahí fue cuando llamó a su familia.
Un poco antes del medio día, en la mañana del viernes 8, María le escribió un mail a su familia, donde les pedía una serie de teléfonos, entre ellos el de la hermana de una amiga suya que vive en Salta. Eso no parecía ilogico para la familia, pero Maria no se quedó a esperar la respuesta del e-mail, lo cual hizo que la familia concluyera que estaba comportandose de manera muy extraña.

Según Máximo Cash, hermano de María, su hermana no estaba bien psiquiatricamente, por lo tanto no habría podido defenderse como siempre. Estaba más propensa a que le pasara algo. Según él fue buena suerte que no haya sufrido nada los primeros 3 o 4 días, pero luego quizas la suerte pudo haber cambiado.
Los peritos de Gendarmería opinan algo parecido ya que dicen que María estaba experimentando un alto grado de vulnerabilidad emocional que la habrían privado de ponerse a salvo frente a situaciones que podrían haber suponido un riesgo para su integridad física. Todo esto en base a los comportamientos y movimientos reconstruidos a partir de las filmacions, testimonios y llamados.   
El viernes 8, después de enviar el mail a su familia, María salió del locutorio sin esperar respuesta. Las cámaras del peaje la volvieron a tomar ahí, haciendo dedo y subiendo a una camioneta que la dejó en la rotonda de Güemes. Volvió a hacer dedo. La levantó Héctor Romero, un transportista de alimentos. La dejó, 20 kilómetros después, en un paraje sobre la ruta en el monolito de la Difunta Correa. Faltaba poco para el anochecer. Es lo último que se sabe de ella dos años después.

La familia y los medios iniciaron campañas para dar con el paradero de María Cash y el Gobierno de la Nacion Argentina también. Reiterados fueron los casos en los que personas dieron testimonio y aseguraron haber estado hablando con María Cash.
Es un misterio aún sin resolver. Hay muchas teorías, muchas hipótisis, pero nada certero. Lo último comprobable es aquella grabación de María haciendo dedo y subiendo a una camioneta. Y luego las incertidumbres.






Marta Ofelia Stutz


Noviembre, 1938

Antes del medio día, del sábado 19 NOV 1938, a Marta Ofelia Stutz, “Martita” su mamá le había dado permiso para que fuera a comprar el Billiken en el quiosco de la esquina. Nunca regresó. Nadie la volvió a ver, ni viva ni muerta.
Martita tenía nueve años y vivía en el barrio San Martín de la ciudad de Córdoba. Los Stutz eran gente modesta.
Como Martita no volvía, la mamá comenzó a preocuparse. Fue hasta el quiosco. Llamaron por teléfono al padre, que estaba trabajando en las oficinas del Molino Centenera. La familia, junto con los vecinos, empezó a buscar a la niña por todos lados.
Al día siguiente, los titulares de los diarios de Córdoba salieron a la calle con un terrible anuncio: "Desaparece una niña misteriosamente". "Toda Córdoba busca a una nena. Podría ser un secuestro." Debajo, la foto de Martita.
La policía de Córdoba se puso a buscarla frenéticamente.
Por ese entonces en Argentina se habían producido varios secuestros que fueron conmoción entre la sociedad y la prensa. Y muchos esperaban que en cualquier momento los captores de Martita fueran a pedir rescate. Pero ese pedido nunca llegaba. Acorde pasaban los dias, el pedido se hacía esperar. Y de hecho, nunca llegó.
Al desvanecerse la hipótesis del secuestro extorsivo, quedaban dos posibilidades: venganza o crimen sexual.
La policía intentó reconstruir el posible itinerario de la niña. El quiosquero se llamaba Manuel Cardozo y era de confianza “Martita compró la revista, cruzó la avenida y se fue rumbo a su casa”, diría después. Cuadrillas policiales y efectivos del ejército rastrearon la ciudad en busca de pistas. Dragaron el fondo de La Cañada. Entraron en los viejos túneles que se abren en las barrancas del Río Primero. Allanaron viviendas, chozas, depósitos, comercios. No quedó en toda Córdoba ningún presunto delincuente, ningún vagabundo, ningún sospechoso sin investigar.
Los testigos que la policía convocaba decían cosas distintas. Domingo Flores, un peón de Obras Sanitarias que trabajaba en el lugar, la había visto a Martita alejándose de la mano de una mujer rubia con un vestido floreado. Dos niños, Huguito Giménez de 7 años, y Antonio Cobos de 12, se presentaron para contar que habían visto a alguien parecida a la niña en el camino a Pajas Blancas, donde hoy está el aeropuerto de Córdoba, que entonces era un siniestro descampado. Fue -decían los pequeños testigos- un rato después de la desaparición. Iba en una voiturette verde, con la capota blanca baja. Según Hugo, la niña viajaba con dos hombres; según Antonio, con "un hombre gordo".
La policía buscaba ahora a una mujer rubia y una voiturette verde. La policía descubrió una voiturette verde circulando no muy lejos del barrio. Detenido el conductor, resultó ser un hombre gordo llamado Domingo Sabattino, con antecedentes policiales por tráfico de licores sin estampillar. Sabattino siguió siendo sospechoso y pasó tres años preso. Finalmente, se determinó que nada tenía que ver con la desaparición de Martita.
Uno de los tantos investigados es un conductor de tranvías llamado José Bautista Barrientos, de 31 años, casado con una partera no diplomada, especialista en abortos y tiradora de cartas. En el patio de tierra de la casa que ocupaban los Barrientos, la policía encuentra tierra removida. Cavan y aparece un colchón con manchas que parecían de sangre. Barrientos complica a un vecino llamado Humberto Vidoni, propietario de un horno de ladrillo en las afueras de Córdoba. La policía anuncia que se recogieron cenizas en ese horno, y que las mismas se correspondían a las de una persona. Vidoni, interrogado en el Departamento de Policía de Córdoba, fue literalmente muerto a golpes: era una piltrafa cuando lo llevaron al hospital San Roque en estado comatoso, donde falleció el día de Navidad de 1938. La investigación se había cobrado ya una vida. Según se averiguó después, las cenizas no pertenecían a una niña, sino a una persona adulta. De todos modos, en medio de la desesperada búsqueda, a nadie se le ocurrió averiguar de quién era y cómo había llegado a ese horno.
La opinión pública, conmovida por la tragedia de los Stutz, pide a gritos que se encuentre a Martita, o al menos su cuerpo, y que se castigue a los culpables.
¿Podía ser la desaparición de Martita una venganza familiar? Se investigan a fondo los parientes de ambas ramas: los Stutz eran de Nueva Helvecia, Uruguay, y los Ceballos, apellido de la familia de la madre de Martita, de Villa María. No había conflictos ni situaciones irregulares.


Quedaba una sola hipótesis: el crimen sexual.
Los diarios de Buenos Aires dedican creciente espacio al caso. Crítica titula: "Como los antiguos caldeos, el juez Achával emplea la astrología para resolver un crimen". Se habían consultado a diversos rabdomantes y adivinos convocados para encontrarla.
El gobernador Amadeo Sabattini, enfrentado al gobierno conservador del presidente Roberto Ortiz, presiona a la policía para que resuelva el caso. Pero el resultado de esa presión es catastrófico. La pesquisa se vuelve incongruente y errática, orientada por las delaciones: llegaron a recibirse miles de denuncias anónimas. Mitómanos y exhibicionistas envenenaron la investigación con mentiras y ocultamientos.
Sus confesiones hicieron perder mucho tiempo y no condujeron a nada . La policía intentó una y otra vez probar esta hipótesis: los Barrientos, oscura pareja conformada por un confidente policial o mafioso de pacotilla y su celestinesca esposa, proveían menores para la diversión a ciertos personajes influyentes de la ciudad. Alguien, quizá los Barrientos solos o en ilícita asociación, habrían raptado a Martita con esos fines y ella "se les quedó", por lo que fue necesario "hacerla desparecer".


Pero faltaba alguien a quien acusar: "el monstruo". Entonces apareció en escena un perfecto candidato a culpable: un hombre que merodeaba por la ciudad, que conocía prostitutas, que estaba en contacto con figuras públicas. Así aparece en escena el Ing. Antonio Suárez Zavala, de familia aristócrata, casado, con dos hijos, padre de familia ejemplar, era representante de un laboratorio y recorría la ciudad abasteciendo farmacias. Quien introdujo en el caso a ese hombre – que no tenía antecedente alguno-, fue una tal María Rivadero, una prostituta de 17 años, huérfana que había sido madre soltera a los 13, internada en el asilo del Buen Pastor (en aquella época era la Cárcel de Mujeres), pero que salía para realizar tareas en el servicio doméstico. En realidad esta era sólo una excusa, porque a lo que en realidad se dedicaba era a “trabajar la calle”. Esto fue la que reveló la huérfana: -Una tarde yo estaba en casa de una señora C., escuché a un hombre llamado Suárez Zavala, amigo de la familia; decía que le gustaban las menores. -¿Qué menores? -Niñas de 9 o 10 años.



A María se le sumó otra prostituta, una veinteañera llamada Laura Fonseca, que tenía a Suárez Zavala como cliente habitual y remachó el caso afirmando que, poco antes de la desaparición de la Stutz, el tal Suárez Zavala le "pidió chicas". Así se construyó la figura de Suárez Zavala como "el Vampiro de Córdoba". La defensa consiguió demostrar que los Barrientos traficaban con los favores sexuales de menores, incluidas algunas internas del hospicio, pero Martita Ofelia Stutz no estaba entre ellas. Antonio Suárez Zavala tenía un coche que no era una voiturette, sino un sedán Chevrolet, con el que se paseaba por toda Córdoba, pero no a la caza de presas incautas, sino para vender remedios a las farmacias. Si bien al hombre no le disgustaba tirarse alguna cana al aire -y alguna de sus "amigas", como la Fonseca, lo traicionó acusándolo sin piedad- no era más que un señor casado y con hijos en busca de alguna distracción. Las amistades del sospechoso con algunos policías y políticos le jugaron en contra. Contribuyó a su desgracia la incontinencia verbal de que hizo gala. Suárez Zavala fue incomunicado y el juez le dictó la prisión preventiva. Nunca admitió ser el culpable, ni siquiera bajo tortura. Pero el juez Abalos elevó la causa a plenario acusando a Suárez Zavala por secuestro y homicidio y a los Barrientos por grave complicidad.
La esposa y los hijos del acusado lo acompañaron, pero la prensa lo lapidó, y estuvo muy cerca de ser linchado. De hecho, la policía apenas consiguió salvarlo de la multitud que llegó a pegarle y escupirle cuando, el 19 de diciembre, ingresó en los Tribunales para comparecer ante el juez. Sólo una cosa le salió bien a Suárez Zavala. Aceptó defenderlo uno de los mejores abogados argentinos: el doctor Deodoro Roca, nacido en 1890, redactor del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, polemista vigoroso, antifascista visceral, progresista sin partido. Roca estaba convencido de que Suárez Zavala era un chivo expiatorio. A pesar de ser una figura muy respetada en Córdoba, una muchedumbre apedreó la casa de Deodoro, que, desalentado, renunció a la defensa. Pero una carta abierta que le envió la esposa de Suárez Zavala convenció al jurista para reasumir el cargo.
Desde muy distintas perspectivas, la desaparición de Martita fue considerada un símbolo de la decadencia política argentina: "Odiosa politiquería, infinitamente corrupta", y acusando a la "pasquinería" de oscurecer la investigación.
En abril de 1939 se cerró el sumario. Ni Suárez Zavala ni nadie pudo ser inculpado por homicidio, ya que al no hallarse los restos de Marta Ofelia Stutz no existía el cuerpo del delito. La acusación había sido por secuestro y proxenetismo. Suárez Zavala fue hallado culpable y condenado a 17 años de prisión. "Para ser culpable era poco y para ser inocente, mucho", se dijo sobre aquella sentencia que no conformó a nadie. El fallo del juez Wenceslao Achával fue apelado. Al emitir la sentencia definitiva, en enero de 1943, la Cámara del Crimen se dividió. El vocal Antonio de la Rúa consideró culpable a Suárez Zavala pero los otros dos camaristas, Alfredo Vélez Mariconde y Jorge Díaz, entendieron que las pruebas no bastaban para inculparlo. Por dos votos a uno se revocó el fallo de primera instancia: Antonio Suárez Zavala quedó en libertad. El acusado había estado cinco años en prisión. Cuando salió de la cárcel, se expatrió a Chile. ¿Qué fue de él? Se perdió en el anonimato. Otros crímenes y los infinitos vaivenes de una historia agitada hicieron que la tragedia de Martita Stutz fuera olvidada.
Un crimen que quedó impune. Una desaparición más que se sumó a la lista de desaparecidos en la República Argentina y en el mundo. Familias pobres, familias ricas, familias modestas... ninguna tiene por qué verse falta de justicia. Y mucho menos aún verse falta de un integrante de su familia.
Martita Ofelia quedó silenciada por los mismos de siempre, los amigos del poder. QEPD.

Taman Shud



   

Diciembre, 1948

El Caso Taman Shud, también conocido como el "Misterio del Hombre de Somerton", fue un crimen que no fue solucionado de hombre no identificado que fue encontrado muerto el 1 de diciembre de 1948 a las 06:30 de la mañana en la playa de Somerton, en la ciudad Australiana de Adelaida.
Considerado uno de los misterios más complejos de Australia, el caso fue tema de intensas especulaciones respecto a la identidad de la víctima, los eventos que llevaron su muerte y el que llevó a cabo el asesinato. A pesar de que las investigaciones estuvieron centradas en Australia, los misterios que envolvían el caso acabaron atrayendo la atención internacional y en distintas epocas de la historia, desde que se encontró el cuerpo hasta la actualidad.
Este hombre tenia apariencia "británica" y parecia tener entre cuarenta y cuarenta y cinco años de edad. Estaba en perfectas condiciones físicas. Media 1,80 metros de altura, con ojos color castaño-claro, cabello rubio y ligeramente grisáceo, hombros largos, cintura estrecha, manos y uñas sin señales de trabajo manual, con el primer y quinto dedo de los pies en forma triangular, como los de un bailarían o agricultor. Estaba vestido con una camisa blanca, corbata color rojo y azul, pantalón marrón, medias y zapatos, y, aunque el día y la noche estuvieran cálidos, un suéter tricotado marrón y una chaqueta marrón estilo europeo. Ninguna de sus prendas tenía etiquetas y no usaba sombrero, algo poco común en 1948, especialmente para alguien que vestía traje. No tenía cicatrices y no portaba documentación de identidad, lo que llevó a la policía a acreditar inicialmente que sería un caso de suicidio.
Cuando los policías llegaron al lugar del crimen, percibieron que el cuerpo no había sido perturbado y que el brazo izquierdo del hombre estaba en posición recta, y el derecho doblado. Un cigarrillo sin usar estaba atrás de su oreja, mientras que otro que había sido utilizado hasta la mitad estaba a la derecha de su chaqueta, alineado con su mejilla.
Testigos se presentaron para declarar que la noche del 30 de noviembre avistaron un individuo de apariencia similar parado en el mismo lugar, próximo a un Hogar para Niños Inválidos, donde el cuerpo fue posteriormente encontrado. Una pareja dijo que a las 07:00 de la noche vieron al hombre estirar todo el brazo derecho, y luego dejarlo caer lentamente. Otra pareja que lo vio entre las 19:30 y las 20:00 de la noche —tiempo en que las luces de la calle habían sido encendidas— contó que no lo vieron moverse durante la media hora en la que estuvieron a la vista de él, aunque tenían la impresión de que se había movido. Aunque habían comentado entre ellos que debía estar muerto porque no reaccionaba a las picaduras de los mosquitos, habían pensado que estaba borracho o dormido, y decidieron no investigar más a fondo.
Cuando el cuerpo fue descubierto a la mañana siguiente, permanecía en la misma posición observada por los testigos en la noche anterior.
Las cosas empezaron a ponerse tenebrosas cuando la policía notó que las etiquetas de toda la ropa de la víctima habían sido arrancadas. Con mucho esfuerzo pudieron determinar que el saco era de Estados Unidos... lo que complicó las cosas todavía más, porque sus registros dentales y huellas dactilares no coincidían con nadie que alguna vez haya vivido allí ... o en cualquier otro lugar del mundo. Era como si el hombre no hubiera existido nunca.
La fotografía del rostro del hombre fue publicada en un intento de que alguien lo reconociera. Hubo varios testigos que dijeron conocerlo, pero siempre se concluyó que se habían confundido de persona.
La última esperanza de que el misterio se resolviera eran los resultados de la autopsia. ¿Y qué dijo la misma? "Una salud excepcional, una empanada a medio digerir en el estómago, y una congestión en el cerebro y estómago que hubiese sido un claro indicio de envenenamiento... sino fuera porque no se encontraron ni rastros de veneno en el organismo.
El 14 de enero de 1949, una nueva vuelta de tuerca se dio en el caso cuando encontraron una valija marrón que se presume habría pertenecido al hombre en la estación de trenes de Adelaida. La valija y las ropas que contenía también tenían las etiquetas arrancadas. Ninguna otra información pudo ser obtenida a partir de ella.



Otro giro en el misterio, tal vez el más importante y al que le debe su nombre, fue cuando la policía encontró, seis meses después del hallazgo del cadáver, un bolsillo secreto en los pantalones del hombre. Adentro, sólo había un pedazo de papel enrollado con las palabras "Tamam Shud" impresas en él, que significan "terminado" o "finalizado". Los policías concluyeron que se trataba de un trozo arrancado de un libro. Cuando mandaron a analizar el mismo, descubrieron que pertenecía a una colección de poemas persas llamada "The Rubaiyat of Omar Khayyam".
Pero, como de costumbre, el descubrimiento sólo oscureció aún más las cosas. Los analistas descubrieron que el fragmento arrancado pertenecía a una edición muy rara del libro, ya que Edward FitzGerald, el traductor y compilador de los poemas, realizó dos revisiones posteriores, que fueron las más distribuidas.
Una vez más, la policía recurrió al público y publicó una foto del fragmento de papel descubierto. E increíblemente, dio resultado. Un hombre, que pidió la reserva de su identidad, presentó una copia de esa extraña edición del libro que encontró en el asiento trasero de su auto, el cual había dejado estacionado sin llave a pocos metros del lugar donde fue hallado el cadáver... ¡el 30 de noviembre de 1948! (sí, un día antes del hallazgo del muerto). Los policías revisaron la última página. Un pedazo había sido arrancado. Pericias de microscopio confirmaron que el fragmento encontrado en el bolsillo secreto coincidía con la página.
Pero los policías encontraron algo más en ese libro. y, como ya es costumbre en este caso, sólo aportó más confusión.
En la retiración de contratapa del libro habían sido escritas con lápiz cinco líneas de letras mayúsculas que no formaban ninguna palabra, de las cuales la segunda estaba tachada. Primero se pensó que se trataba de palabras extranjeras, pero luego se concluyó que era un código.
WRGOABABD
MLIAOI
WTBIMPANETP
MLIABOAIAQC
ITTMTSAMSTGAB

Un código cuyo patrón clave para descifrarlo aún no se ha encontrado al día de hoy, luego de pasar por agencias de inteligencia, matemáticos, astrólogos y criptólogos amateur. Todo esto llevó a pensar en un caso de espionaje, dado que la muerte ocurrió en los inicios de la Guerra Fría.
Cómo si un código indescifrable no fuera suficiente, en el reverso del libro también había un número de teléfono.
El teléfono pertenecía a una ex enfermera que vivía 400 metros al norte del lugar de hallazgo del cadáver. La mujer contó que, mientras trabajaba en un hospital de Sidney durante la Segunda Guerra Mundial, tenía una copia del libro The Rubaiyat, pero en 1945 se lo regaló a un teniente de la marina australiana llamado Alfred Boxall.
Cuando le mostraron una figura de cera hecha a partir del cadáver, la mujer dijo no conocerlo, aunque el detective a cargo anotó que "parecía estar a punto de desmayarse". También pidió que su identidad se mantuviera reservada, dado que "ahora era una mujer casada", lo que indica que tuvo algún affaire con Boxall.
La policía pensó que el cadáver pertenecía al tal Boxall pero lo encontraron y verificaron que tenía la copia intacta del Rubaiyat que le regaló la mujer, a quien se refería como "Jestyn".
Se cree que Jestyn conocía la identidad del hombre muerto, pero aún si esto fuera cierto se llevó su secreto a la tumba, dado que murió en 2007.
Poco se pudo hacer luego de este punto. El cadáver fue sepultado en 1949, la extraña copia del Rubaiyat con la palabra arrancada fue extraviada en 1950 y la valija fue destruida en 1986 dado que "ya no era necesaria".



Sin embargo, en 2009 un equipo de la Universidad de Adelaida se dedicó a investigar el caso. Sugirieron la posibilidad de un veneno indetectable en los cigarrillos del hombre. El código fue introducido en computadoras para rastrear algún tipo de patrón en los versos del libro en el que estaba escrito, pero se necesitaría una copia de la rara edición que se perdió en los años 50 para una aproximación exacta, y hasta ahora no se han encontrado más ejemplares de esta primera traducción.

Dos importantes descubrimientos se hicieron gracias al trabajo de este equipo de profesionales. El primero fue obra de Maciej Henneberg, Profesor de Anatomía de la Universidad de Adelaida, quien revisó fotos del cadáver y notó que tenía una extraña malformación en las orejas, presente en sólo un 1–2% de la población caucásica, lo cual podría ayudar a descubrir la identidad del hombre por medio de parientes con la misma condición.

A esto se sumó el hecho de que en mayo de 2009, el profesor Derek Abbott consultó con expertos dentales que concluyeron que el hombre encontrado tenía hypodontia, un raro desorden genético en los incisivos laterales, presente en el 2% de la población. Un año después, Abbott consiguió una fotografía del hijo de Jestyn: tanto sus orejas como sus dientes tenían las mismas malformaciones que las del cadáver. Las posibilidades de que esto sea una coincidencia se estiman en 1 en 20 millones.
Los investigadores suponen que el hijo de Jestyn, que tenía un año en 1948 y murió en 2009, puede haber sido un hijo ilegítimo que tuvo con el hombre muerto y que hizo pasar como hijo de su esposo. Un análisis de ADN sería de mucha ayuda, ya que limitaría las posibilidades. Sin embargo, en Octubre de 2011, el Ministro Público John Rau negó una exhumación del cuerpo indicando que "hace falta una razón de interés público que vaya más allá de la curiosidad de la gente o el interés científico para tal maniobra". 


El caso parece haber llegado al borde de una parcial conclusión cuando en 2011, una mujer contactó a Henneberg para comentarle que encontró entre las pertenencias de su padre una tarjeta de identificación perteneciente a un tal H.C. Reynolds, cuya foto era muy parecida a la del cadáver encontrado más de 60 años atrás.
Henneberg encontró similitudes anatómicas en la nariz, labios, ojos y, fundamentalmente, en las orejas. Pero el dato más contundente fue un lunar en la mejilla con la misma forma y ubicación que el que presentaba el muerto encontrado.
La tarjeta de identidad, numerada 58757, fue otorgada por los Estados Unidos el 28 de febrero de 1918 a H.C. Reynolds, certificándolo como ciudadano Británico de 18 años de edad. Los números cierran, dado que el cadáver pertenecía a un hombre de aproximadamente 40 años de edad.
No obstante, las búsquedas conducidas por los Archivos Nacionales de Estados Unidos, el Reino Unido y el Memorial de Guerra Australiano no encontraron registros de H.C. Reynolds. La policía australiana, que aún tiene el caso abierto, investiga la nueva información actualmente.

sábado, 22 de marzo de 2014

Maura Murray


Febrero, 2004
El domingo 8 de febrero de 2004 alrededor de las 19:00, la estudiante de enfermería de 21 años de edad, Maura Murray, es dejada por su padre en el dormitorio del campus la Universidad de Massachusetts, Amherst, a donde Maura solía asistir.  Lo que aquel hombre no sabía era que 24 horas después, su hija  iría a  desaparecer y no la vería nunca más.

Ese mismo fin de semana, todo parecía normal. Pasaron unos días entre padre e hija haciendo diferentes actividades y buscando comprar un auto usado. Salieron a comer y bebieron cerveza. Pero el sábado por la noche, después de tomar prestado el coche de su padre, Maura sufre un accidente. Maura se disculpó y el padre la perdonó ya que fue un accidente tonto. Se ponen de acuerdo en hablar la noche del lunes para revisar los formularios de seguros.

El lunes el 9 de febrero de 2004 por la tarde, después de conducir a 230 km al norte, a un destino desconocido, Maura sufre nuevamente un accidente de auto. Un residente cercano ofrece ayuda a Maura, pero ella se niega y le pide que no llame al 911. Aún así la policía llega en menos de 10 minutos; se encuentran con un escenario en donde  las puertas del vehículo estaban bloqueadas, las tarjetas de crédito y el teléfono celular de Maura no estaban y el resto de sus pertenencias estaban en el interior del coche.

La investigación arroja que las veinticuatro horas antes de la desaparición de Maura están llena de contradicciones. En un primer momento ella envió un correo electrónico a su novio en donde le avisa que va a ir a recoger los formularios de seguro y que regresará de nuevo con su padre para realizar los tramites. Pero unos minutos más tarde ella envia un correo electrónico a sus profesores advirtiendo que iba a ausentarse por unos días debido a la muerte de un familiar. Claro está que se verificó que ningun familiar había muerto en ese entonces.

Inmediatamente después del accidente, abundaron las teorías que rodean su desaparición. Inicialmente, la policía especuló que Maura era una fugitiva o suicida. Pero su familia está convencida de que algo le ocurrió a su hija esa noche misteriosa, algo que tiene que ver con el mundo criminal, la privación  de la libertad o algo semenjante.

 Con el paso de los días y las semanas, como es de esperarse en casos como estos, hubo afirmaciones de gente que vió a Maura caminando, conducinedo, o haciendo vaya uno a saber qué. Cerca del lugar del accidente, un residente local dice vio a una joven correr por un camino de tierra lateral a la ruta y segun la declaración dada por este sujeto, eso habría sido momentos despues de la hora en que se registró el accidente de auto protagonizado por Maura. Otro supuesto "avistamiento" implica un mensaje de voz dejado en el teléfono celular del novio de Murray unas 36 horas después de la desaparición donde el novio afirmó convencido de que era Maura quien estaba sollozando y temblando al otro lado de la línea. Otro fue en una tienda en Hillsboro, New Hampshire, donde una joven mujer con su descripción fue vista con un hombre mayor pidiendo ayuda en voz baja, como murmurando.

Nada se supo de Maura Murray. Las investigaciones exhaustivas llevadas no arrojaron información que asegure qué fue lo que pasó con Maura. Ella simplemente desapareció y nada ni nada fue testigo de aquel momento en el que nos dejó.

Actualmente se sigue investigando el caso de Maura Murray. Pero según dicen, hasta que no haya evidencia que lo clarifique, no pueden caratular el caso como presunto homicidio pero sí esta bajo investigación criminal.

Jaycee Dugard


    Junio, 1991

  Jaycee Lee Dugard desapareció el 10 de junio de 1991, cuando tenía solo 11 años, en el camino de su casa a la escuela, en California. Algunos testigos vieron cómo dos desconocidos la raptaban en un coche. En 18 años, nadie certificó su muerte, pero su madre y su hermana comprendieron que la esperanza de encontrar a la joven se iba disipando. Según datos del Gobierno, cada año más de 110 niños norteamericanos son raptados por personas que abusan de ellos o, en ocasiones, los asesinan. Jaycee se convirtió en una estadística. Pero el 26 de agosto de 2009 su madre, Terry, recibió una llamada en el trabajo. Había soñado miles de veces con aquel momento pero no lo supo anticipar: "Mamá soy yo, estoy bien". Con los gritos de Terry en su oficina ("¡Es mi hija, la han encontrado!") se cerraban 18 años de esclavitud sexual, de miserias mal entendidas, que la joven Jaycee ha relatado en un libro de reciente publicación en Estados Unidos, titulado Una vida robada.

Su captor estaba en libertad condicional dado que tenia cargos por abuso sexual y bajo esta condición era visitado regularmente por agentes para controlar su "buen comportamiento". Incluso siendo así, este hombre logró esconder durante casi dos decadas a la, primero niña y luego mujer, Jaycee Dugard en un asentamiento con carpas y tiendas de campañas que habia formado en el fondo de su casa.

Aquella mañana de junio de 1991 Jaycee fue raptada cuando iba a la parada de autobús para ir a la escuela, en South Lake Tahoe. En el camino, Jaycee se vio rodeada por un coche con dos ocupantes. Eran el violador condenado Phillip Garrido y su mujer Nancy, de 60 y 56 años, respectivamente. El hombre la acorraló y la paralizó con una pistola de electrochoque. Se la llevó a su casa en Antioch, a 270 kilómetros del hogar de Jaycee. La tuvo durante semanas esposada, sin vestirla, sin dejarle duchar. "Lo único que podía hacer era esperar a que mi madre viniera y me salvara", recuerda.

Jaycee perdió cuenta de los días y las noches, sola. No sabía qué hacía en aquellahabitación. Phillip se limitaba a traerle comida y desaparecer, hasta que un día se quedó un poco más. Y luego abusó de ella.
Algo tan grotesco fue la primera experiencia sexual de Jaycee, que desde entonces se convertiría en un juguete a merced de Phillip Garrido, sin llegar a comprender si lo que le pasaba era normal o no. Un día el captor le dijo que comenzarían a tener "carreras". En esas "carreras", Phillip se drogaba, con metanfetamina y marihuana, y violaba a la niña horas y horas. Le explicó que tenía un problema sexual y que la única forma de ayudarle, y evitar que atacara a otras niñas, era ofrecerse sin reparos. La ataba a la pared. La hacía disfrazarse de prostituta. La obligaba a ver películas pornográficas. Era una esclava sexual.
Phillip manipuló a Jaycee para aparecer como un salvador ante ella, su única defensa contra un mundo en el que su familia la había olvidado y en el que solo habitaban pederastas y violadores. Lo supo hacer magistralmente: dándole alimento y agua; dándole, después de semanas, un cepillo de dientes; regalándole juegos y mascotas; siendo la única persona con la que hablaba. Era captor y protector, dueño y salvador. "Me parecía que tenía una respuesta a todo", dice Jaycee. "Yo era como un conejillo que se dejaba consolar por un león".
Pronto, Nancy, la esposa de Phillip, entraría en el mundo de Jaycee. Primero, como una presencia amenazante, celosa de la llegada de la nueva concubina. Luego como una falsa cómplice, cuando Phillip dejó de violar a Jaycee con tanta frecuencia. Los dos embarazos de la niña provocaron un progresivo descenso en la frecuencia de las violaciones. La primera hija nació en agosto de 1994, cuando su madre tenía 14 años. Hasta entonces, Jaycee no había sabido cómo se engendraban los niños. Sólo vio su vientre crecer. Pensó que estaba enferma. Hasta que sus captores le dijeron que tendría un bebé. Ambos la asistieron en el parto, dentro de la jaula que era su casa. Alumbraría otra niña en noviembre de 1997.
Después de más de casi dos décadas como una esclava, Jaycee se acostumbró a no cuestionar el mundo. Dependía de los Garrido y a la vez les detestaba secretamente. Phillip era el padre de sus hijas. "Se me manipuló para que pensara que el mundo exterior era un sitio terrible, y que el único lugar seguro para mis niñas era quedarme allí, con su padre", recuerda. Colaboró con sus captores para evitar ser vista por los agentes de policía que pasaban regularmente por la casa para controlar a Phillip. Llegó a conocer a la madre de su carcelero, Pat, a quien le dijo que era una vecina, de visita. Comenzó a salir a ferias, a la playa, de compras, a hacerse la manicura.
aycee no dijo nada a nadie ni trató de escapar porque durante lustros no había hablado con nadie más que con los dos depredadores. "No tenía una voz propia y no le grité al mundo que era yo, que era Jaycee, aunque lo anhelara", asegura. De hecho, en casi dos décadas de tortura, Jaycee perdió su nombre. Philip le ordenó que no lo escribiera, por si alguien la descubría. Pasados algunos años, ya con sus dos hijas, queriendo olvidar quién había sido, pidió a los captores que la llamaran Allissa.
Phillip, su violador, se confió con los años. Salía a la calle con ella. Llevaba a sus dos pequeñas hijas en breves excursiones. Le llegaron a acompañar a una reunión que mantuvo con policías de la Universidad de California en Berkeley, a quienes pidó que le autorizaran una conferencia en el campus. Esos agentes sabían que había sido condenado por violación. Alertados por la presencia de dos niñas tan pequeñas con un pederasta, avisaron a la oficina de libertad condicional en Concorde, que le citó en sus oficinas al día siguiente. Phillip llevó allí a Jaycee. Le pidió que dijera que era una amiga que había huido con sus dos hijas de un marido abusador y se estaba alojando con él. Pensaba que así la policía dejaría de rondarle.
Ella, al principio, mintió, para proteger a Phillip. Pero su nerviosismo y la poca diferencia de edad con sus propias hijas hicieron sospechar a los agentes. Los Garrido fueron arrestados y condenados. Él a 436 años de cárcel y ella, a 36. Antes, cuando los agentes le preguntaron a la víctima su nombre, esta no pudo pronunciarlo, después de dos décadas callándolo. Tuvo que escribirlo en un papel: Jaycee Lee Dugard. Entonces comenzó su regreso a casa.
Jaycee escribió un libro con sus memorias, digno de comprar y de leer, para que nadie olvide una historia como esta.