domingo, 23 de marzo de 2014

Marta Ofelia Stutz


Noviembre, 1938

Antes del medio día, del sábado 19 NOV 1938, a Marta Ofelia Stutz, “Martita” su mamá le había dado permiso para que fuera a comprar el Billiken en el quiosco de la esquina. Nunca regresó. Nadie la volvió a ver, ni viva ni muerta.
Martita tenía nueve años y vivía en el barrio San Martín de la ciudad de Córdoba. Los Stutz eran gente modesta.
Como Martita no volvía, la mamá comenzó a preocuparse. Fue hasta el quiosco. Llamaron por teléfono al padre, que estaba trabajando en las oficinas del Molino Centenera. La familia, junto con los vecinos, empezó a buscar a la niña por todos lados.
Al día siguiente, los titulares de los diarios de Córdoba salieron a la calle con un terrible anuncio: "Desaparece una niña misteriosamente". "Toda Córdoba busca a una nena. Podría ser un secuestro." Debajo, la foto de Martita.
La policía de Córdoba se puso a buscarla frenéticamente.
Por ese entonces en Argentina se habían producido varios secuestros que fueron conmoción entre la sociedad y la prensa. Y muchos esperaban que en cualquier momento los captores de Martita fueran a pedir rescate. Pero ese pedido nunca llegaba. Acorde pasaban los dias, el pedido se hacía esperar. Y de hecho, nunca llegó.
Al desvanecerse la hipótesis del secuestro extorsivo, quedaban dos posibilidades: venganza o crimen sexual.
La policía intentó reconstruir el posible itinerario de la niña. El quiosquero se llamaba Manuel Cardozo y era de confianza “Martita compró la revista, cruzó la avenida y se fue rumbo a su casa”, diría después. Cuadrillas policiales y efectivos del ejército rastrearon la ciudad en busca de pistas. Dragaron el fondo de La Cañada. Entraron en los viejos túneles que se abren en las barrancas del Río Primero. Allanaron viviendas, chozas, depósitos, comercios. No quedó en toda Córdoba ningún presunto delincuente, ningún vagabundo, ningún sospechoso sin investigar.
Los testigos que la policía convocaba decían cosas distintas. Domingo Flores, un peón de Obras Sanitarias que trabajaba en el lugar, la había visto a Martita alejándose de la mano de una mujer rubia con un vestido floreado. Dos niños, Huguito Giménez de 7 años, y Antonio Cobos de 12, se presentaron para contar que habían visto a alguien parecida a la niña en el camino a Pajas Blancas, donde hoy está el aeropuerto de Córdoba, que entonces era un siniestro descampado. Fue -decían los pequeños testigos- un rato después de la desaparición. Iba en una voiturette verde, con la capota blanca baja. Según Hugo, la niña viajaba con dos hombres; según Antonio, con "un hombre gordo".
La policía buscaba ahora a una mujer rubia y una voiturette verde. La policía descubrió una voiturette verde circulando no muy lejos del barrio. Detenido el conductor, resultó ser un hombre gordo llamado Domingo Sabattino, con antecedentes policiales por tráfico de licores sin estampillar. Sabattino siguió siendo sospechoso y pasó tres años preso. Finalmente, se determinó que nada tenía que ver con la desaparición de Martita.
Uno de los tantos investigados es un conductor de tranvías llamado José Bautista Barrientos, de 31 años, casado con una partera no diplomada, especialista en abortos y tiradora de cartas. En el patio de tierra de la casa que ocupaban los Barrientos, la policía encuentra tierra removida. Cavan y aparece un colchón con manchas que parecían de sangre. Barrientos complica a un vecino llamado Humberto Vidoni, propietario de un horno de ladrillo en las afueras de Córdoba. La policía anuncia que se recogieron cenizas en ese horno, y que las mismas se correspondían a las de una persona. Vidoni, interrogado en el Departamento de Policía de Córdoba, fue literalmente muerto a golpes: era una piltrafa cuando lo llevaron al hospital San Roque en estado comatoso, donde falleció el día de Navidad de 1938. La investigación se había cobrado ya una vida. Según se averiguó después, las cenizas no pertenecían a una niña, sino a una persona adulta. De todos modos, en medio de la desesperada búsqueda, a nadie se le ocurrió averiguar de quién era y cómo había llegado a ese horno.
La opinión pública, conmovida por la tragedia de los Stutz, pide a gritos que se encuentre a Martita, o al menos su cuerpo, y que se castigue a los culpables.
¿Podía ser la desaparición de Martita una venganza familiar? Se investigan a fondo los parientes de ambas ramas: los Stutz eran de Nueva Helvecia, Uruguay, y los Ceballos, apellido de la familia de la madre de Martita, de Villa María. No había conflictos ni situaciones irregulares.


Quedaba una sola hipótesis: el crimen sexual.
Los diarios de Buenos Aires dedican creciente espacio al caso. Crítica titula: "Como los antiguos caldeos, el juez Achával emplea la astrología para resolver un crimen". Se habían consultado a diversos rabdomantes y adivinos convocados para encontrarla.
El gobernador Amadeo Sabattini, enfrentado al gobierno conservador del presidente Roberto Ortiz, presiona a la policía para que resuelva el caso. Pero el resultado de esa presión es catastrófico. La pesquisa se vuelve incongruente y errática, orientada por las delaciones: llegaron a recibirse miles de denuncias anónimas. Mitómanos y exhibicionistas envenenaron la investigación con mentiras y ocultamientos.
Sus confesiones hicieron perder mucho tiempo y no condujeron a nada . La policía intentó una y otra vez probar esta hipótesis: los Barrientos, oscura pareja conformada por un confidente policial o mafioso de pacotilla y su celestinesca esposa, proveían menores para la diversión a ciertos personajes influyentes de la ciudad. Alguien, quizá los Barrientos solos o en ilícita asociación, habrían raptado a Martita con esos fines y ella "se les quedó", por lo que fue necesario "hacerla desparecer".


Pero faltaba alguien a quien acusar: "el monstruo". Entonces apareció en escena un perfecto candidato a culpable: un hombre que merodeaba por la ciudad, que conocía prostitutas, que estaba en contacto con figuras públicas. Así aparece en escena el Ing. Antonio Suárez Zavala, de familia aristócrata, casado, con dos hijos, padre de familia ejemplar, era representante de un laboratorio y recorría la ciudad abasteciendo farmacias. Quien introdujo en el caso a ese hombre – que no tenía antecedente alguno-, fue una tal María Rivadero, una prostituta de 17 años, huérfana que había sido madre soltera a los 13, internada en el asilo del Buen Pastor (en aquella época era la Cárcel de Mujeres), pero que salía para realizar tareas en el servicio doméstico. En realidad esta era sólo una excusa, porque a lo que en realidad se dedicaba era a “trabajar la calle”. Esto fue la que reveló la huérfana: -Una tarde yo estaba en casa de una señora C., escuché a un hombre llamado Suárez Zavala, amigo de la familia; decía que le gustaban las menores. -¿Qué menores? -Niñas de 9 o 10 años.



A María se le sumó otra prostituta, una veinteañera llamada Laura Fonseca, que tenía a Suárez Zavala como cliente habitual y remachó el caso afirmando que, poco antes de la desaparición de la Stutz, el tal Suárez Zavala le "pidió chicas". Así se construyó la figura de Suárez Zavala como "el Vampiro de Córdoba". La defensa consiguió demostrar que los Barrientos traficaban con los favores sexuales de menores, incluidas algunas internas del hospicio, pero Martita Ofelia Stutz no estaba entre ellas. Antonio Suárez Zavala tenía un coche que no era una voiturette, sino un sedán Chevrolet, con el que se paseaba por toda Córdoba, pero no a la caza de presas incautas, sino para vender remedios a las farmacias. Si bien al hombre no le disgustaba tirarse alguna cana al aire -y alguna de sus "amigas", como la Fonseca, lo traicionó acusándolo sin piedad- no era más que un señor casado y con hijos en busca de alguna distracción. Las amistades del sospechoso con algunos policías y políticos le jugaron en contra. Contribuyó a su desgracia la incontinencia verbal de que hizo gala. Suárez Zavala fue incomunicado y el juez le dictó la prisión preventiva. Nunca admitió ser el culpable, ni siquiera bajo tortura. Pero el juez Abalos elevó la causa a plenario acusando a Suárez Zavala por secuestro y homicidio y a los Barrientos por grave complicidad.
La esposa y los hijos del acusado lo acompañaron, pero la prensa lo lapidó, y estuvo muy cerca de ser linchado. De hecho, la policía apenas consiguió salvarlo de la multitud que llegó a pegarle y escupirle cuando, el 19 de diciembre, ingresó en los Tribunales para comparecer ante el juez. Sólo una cosa le salió bien a Suárez Zavala. Aceptó defenderlo uno de los mejores abogados argentinos: el doctor Deodoro Roca, nacido en 1890, redactor del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, polemista vigoroso, antifascista visceral, progresista sin partido. Roca estaba convencido de que Suárez Zavala era un chivo expiatorio. A pesar de ser una figura muy respetada en Córdoba, una muchedumbre apedreó la casa de Deodoro, que, desalentado, renunció a la defensa. Pero una carta abierta que le envió la esposa de Suárez Zavala convenció al jurista para reasumir el cargo.
Desde muy distintas perspectivas, la desaparición de Martita fue considerada un símbolo de la decadencia política argentina: "Odiosa politiquería, infinitamente corrupta", y acusando a la "pasquinería" de oscurecer la investigación.
En abril de 1939 se cerró el sumario. Ni Suárez Zavala ni nadie pudo ser inculpado por homicidio, ya que al no hallarse los restos de Marta Ofelia Stutz no existía el cuerpo del delito. La acusación había sido por secuestro y proxenetismo. Suárez Zavala fue hallado culpable y condenado a 17 años de prisión. "Para ser culpable era poco y para ser inocente, mucho", se dijo sobre aquella sentencia que no conformó a nadie. El fallo del juez Wenceslao Achával fue apelado. Al emitir la sentencia definitiva, en enero de 1943, la Cámara del Crimen se dividió. El vocal Antonio de la Rúa consideró culpable a Suárez Zavala pero los otros dos camaristas, Alfredo Vélez Mariconde y Jorge Díaz, entendieron que las pruebas no bastaban para inculparlo. Por dos votos a uno se revocó el fallo de primera instancia: Antonio Suárez Zavala quedó en libertad. El acusado había estado cinco años en prisión. Cuando salió de la cárcel, se expatrió a Chile. ¿Qué fue de él? Se perdió en el anonimato. Otros crímenes y los infinitos vaivenes de una historia agitada hicieron que la tragedia de Martita Stutz fuera olvidada.
Un crimen que quedó impune. Una desaparición más que se sumó a la lista de desaparecidos en la República Argentina y en el mundo. Familias pobres, familias ricas, familias modestas... ninguna tiene por qué verse falta de justicia. Y mucho menos aún verse falta de un integrante de su familia.
Martita Ofelia quedó silenciada por los mismos de siempre, los amigos del poder. QEPD.

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